lunes, 22 de febrero de 2016

El río de la locura.

Los que probaron el envoltorio del caramelo de la locura que los
asfixia,
Los que caminaron debajo de un puente de noche,
Con los pies descalzos,
Buscando volver,
En un escenario post bélico,
Mientras intentaban robarles lo que no tenían,
Los que creyeron que Perón enfermó al país,
Los que se esguinzaron los tobillos múltiples veces,
Recorriendo una ciudad que daba vueltas sobre sí misma,
En busca de una chica que era su salvación,
Que fueron separados de ella por una macabra conspiración política,
Urdida por su propio padre y los nazis,
De una manera majestuosa,
Los que llamaron a la policía contra el dueño de la verdad,
Y los pusieron en una sala mientras llamaban al perito psiquiátrico,
Los que creyeron ser hijos de desaparecidos,
Y gritaron por avenida Corrientes que tomaran nota de nuevos genocidas,
Los que convencieron a una gorda solitaria que fumaba su tristeza,
Y a una frágil jóven que tomaba apuntes en un café,
De hacer público el asunto llamando a periodistas y políticos,
Los que se subieron a un taxi hasta la embajada alemana para pedir
asilo político,
Y cuando estaba cerrada no tenían para pagarlo,
Los que fueron insultados y amenazados por un policía,
Los que mearon en las escalinatas de un centro cultural y vieron sus
sombras achicarse,
Los que descubrieron que se estaba volviendo locos,
Y volvieron a casa,
Los que volvieron y habían perdido nueve kilos,
Y se bañaron y se lo tomaron como si nada hubiera pasado,
Los que fueron perseguidos, buscados, insultados, negados hasta por el
ardiente culo, amenazados con cintos implacables, burlados de sus miedos,
Y luego se arrepintieron de haber nacido,
Los que escucharon voces bajando las escaleras,
Viniendo a matarlos,
Los que se enamoraron esquizofrénicamente y agredieron a sus mujeres en
el delirio de la posesión y la excitación,
Los que vieron a sus madres morder histéricas el pan y llenarse de
migas,
Sentadas a la mesa del poder fálico con ruleros y batas de baño gritando
de desamor, mostrando la miserable condición humana gozar de su lástima,
Los que se tiraron de un puente porque la megalómana institución
psiquiátrica los encerró en una caldera sin oxígeno,
Y cuando cayeron al río siguieron tragando agua para poder morirse,
Y luego treparon un alambrado y volvieron al puente a ver cómo cayeron,
Con toda la curiosidad de un niño alucinado por el poder de la muerte,
Los que llegaron a su casa y recibieron a sus amigos sin necesidad de llorar porque no había pasado nada terrible,
Los que quisieron ser otro de una vez y para siempre,
Los que se sintieron dueños de la verdad,
Y luego tenían diarreas y la piel tan sensible que inflar el estómago
era como echar lavandina a los ojos,
Los que temblaron pidiendo medio kilo de pan porque tuvieron miedo de
todo,
Los que se sintieron eternamente incapaces de vivir,
Están libres del pecado de la siniestra razón,
Están redimidos para siempre de la sangre de la religiosa culpa que
atenta contra la risa,
Están inspirados por un fuego de crema que abraza todo lo cotidiano,
Están bailando en su habitación sin ser vistos por nadie,
Están tirados en un sillón mirando una película esperando a cualquiera
que quiera llegar a la casa con un brote a pedir ayuda,
Saben que nada vive y nada muere,
Que la música es el flujo de seda que da color a los puentes, los ríos,
los niños atribulados y la insolencia saber que no hay ninguna realidad fuera
de  nosotros mismos,
Por eso están vivos,
Por eso están vivos,
Vivos y han matado al cordero del rebaño de la psiquiatría.

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