domingo, 25 de octubre de 2015

¿Qué es la democracia? ¿Qué es lo central en ella?


Solemos pensar que la democracia tiene que ver con la existencia de leyes que garanticen la libertad, las oportunidades, la justicia y la renovación del gobierno de la nación. Es decir, asociamos la democracia a un marco jurídico-político. En estas instancias del voto muchos muestran su disconformidad o insatisfacción poniendo de manifiesto a veces el rechazo a la democracia misma considerandola un aparato de dominación de unos sobre otros, en otros casos mostrando cierto cinismo respecto de lo que implica o el alcance que tiene el votar, o la incoherencia o hipocresía que existe entre lo que decimos que somos o prometemos en la democracia, y lo que efectivamente nos encontramos viviendo.

Yo pienso que lo constitutivo de la democracia no es la existencia de leyes; es decir, en términos más específicos, la democracia no es una institución jurídico-política. Es más, las leyes son reveladoras de las carencias de la democracia, suceden cuando la sociedad vive en permanente discordia. Lo constitutivo de la democracia es el deseo de vivir en la proximidad de la convivencia con otros y otras en un espacio donde todo lo que ocurre en esa convivencia está abierto a la reflexión, es decir donde todos los mundos que generamos en el estar juntos en la realización de las acciones y las tareas que fundan a nuestra comunidad son públicos y por lo tanto están abiertos a la conversación y reflexión, sin apropiación, sin control, sin discriminación y sin exclusión.

Entonces, lo que es democrático es la convivencia. La democracia no existe, es un sustantivo que creamos para expresar bajo la forma de cosa una red de acciones y de dinámicas relacionales que vivimos en permanente cambio pero que siempre quieren conservar el deseo de compartir, coexistir y reflexionar sobre esas acciones y relaciones. Es decir, las democracia es algo que hacemos, es una manera de estar con otros, en el desapego a la verdad, en el escuchar y ensanchar el entendimiento de lo humano para crear seres autónomos y responsables de los mundos que generan en la convivencia.

Las democracias que vivimos, es decir las convivencias democráticas que vivimos, son contradictorias, confusas, ciertamente esquizoides. Entonces, por un lado a veces queremos ofrecerle el espacio al otro para su realización, o la autonomía para poder hacerse cargo de su subsistencia, y a veces queremos acumular y apropiarnos de los bienes con los que obtenemos esa subsistencia. O a veces queremos invitar a una mirada más amplia sobre el acontecer político y social de lo que nos ocurre y ofrecemos nuestra visión a partir de una reflexión, y otras veces cegados por el pensamiento ideológico exigimos obediencia a nuestra verdad, negamos la conversación y nos apropiamos de las ideas sobre cómo cambiar los resultados de nuestra forma de gobernarnos.

La democracia es un espacio abierto y público en el cual todo lo que nos acontece se ofrece a la reflexión y a la decisión. Pero como nuestras democracias son contradictorias, porque nuestra convivencia es contradictoria, a veces queremos coexistir y a veces queremos luchar, entonces vivimos en la continua negación de lo que queremos afirmar. Pienso que las enajenaciones de la convivencia democrática se ponen de relieve en la existencia de tres fenómenos: la guerra, el hambre o la pobreza, y la locura o el malestar psíquico. Esos tres fenómenos son característicos de una convivencia democrática crítica. La guerra o la violencia porque niegan directamente los espacios para la conversación y se definen como enfrentamientos entre enemigos mutuos donde todos tienen la razón y nadie reflexiona sobre lo que hace porque piensa que es el Bien y el otro el Mal. El hambre y la pobreza porque surgen cuando abandonamos a otras personas cegados por la apropiación de los bienes y los recursos en unas personas dejando a otras en ese estado de abandono. Y la locura o el malestar psíquico porque cuando la convivencia no es armónica las relaciones familiares o de proximidad amorosa están en tensión y se sufre.

Entiendo el cinismo de muchas personas con la democracia. Creo que el cinismo es algo que hace una persona que siente que se le ha faltado a una promesa, y en el desencanto de encontrarse con la falta de coherencia de quien hace esa promesa pierde el respeto por los demás y por lo tanto por sí misma. El cinismo es una trampa. La democracia es una obra de arte.

sábado, 24 de octubre de 2015

¿Convivir o Luchar?

Aunque no tendemos a verlo el acontecimiento central de la existencia humana es la convivencia. Todo lo que sucede y es significativo en el ámbito de lo humano sucede en la convivencia, y es allí donde tiene sentido. Sea esto una creación artística, un chiste, una política de estado, la organización de la economía nacional, la relación con las mascotas y la ecología. Todos los mundos acerca de los cuales hablamos son nuestros mundos, no una cosa fuera de nuestra condición estructural de ser biología y cultura a la vez.

Generalmente no vemos esto, y negamos nuestra responsabilidad en los mundos que vivimos a diciendo que lo que decimos o hacemos no depende de nosotros, sino de una razón objetiva o de una necesidad que es inevitable realizar. Todo lo que acontece en el mundo humano es una cuestión de deseos. Como vivimos atrapados en la contradicción de querer cosas opuestas sufrimos y generamos caos en nuestra convivencia, deteriorando las condiciones sistémicas de la existencia general entre todos.

Así por ejemplo, decimos que queremos un mundo igualitario, pero al mismo tiempo defendemos la lucha. Decimos que queremos un mundo libre, pero oprimimos a los que no comparten nuestras visiones políticas. Vivimos sistemáticamente en la negación de nuestros deseos y valores cuando los convertimos en bienes en sí mismos (es decir, como si no hubieran surgido de la realización de nuestro vivir), en bienes objetivos y trascendentales que tienen que ser alcanzados necesariamente para que el mundo haga sentido. No nos damos cuenta que es sólo a través de la reflexión que se puede ensanchar el entendimiento del vivir y la  convivencia invitando a otros y otras a experimentar la realización de esos deseos y valores éticos que permiten ese ensanchamiento. Transformamos el amor, la libertad, la justicia y la igualdad en exigencias, y con ello negamos lo que queremos afirmar. No se puede obligar a nadie a ser libre, la autonomía es algo que se alcanza en el compartir el vivir con otros y otras invitándolos a hacerse cargo de su vivir, y entregándoles la libertad de reflexionar sobre las circunstancias y los estados anímicos que la hacen posible. Pero vivimos sistemáticamente apropiándonos de la verdad y peticionando obediencia a los demás a lo que nosotros consideramos es la forma verdadera y única en la que el mundo debe darse.

Las ideologías, en las que vivimos inmersos son teorías que se basan en la apropiación de la verdad, y por lo tanto en la creación de un enemigo al cual se hace responsable del mal que se vive y que sólo eliminándolo podrá aparecer el bien que se desea. Lo que no se ve es que el bien que se busca alcanzar en la apropiación ideológica del bien termina siendo negado. Así el cristianismo por ejemplo, al elevar el amar a la condición de virtud o gracia lo niega. Las religiones niegan las visiones religiosas. Las ideologías políticas niegan las visiones políticas. Vivimos continuamente atrapados en la justificación de nuestros actos guiados por las ideologías y de esa manera pensamos que si uno no enfrenta el enemigo, este vendrá y lo eliminará a uno primero. Todos vivimos bajo la misma percepción, y así es como se abren las crisis bélicas en la sociedad. Las ideologías nacen del temer al otro, y por lo tanto son creadoras de enemigos. Lo que no vemos es que cuando expandimos los límites de nuestra convivencia y ensanchamos el entendimiento que hace posible su realización al mismo tiempo los otros y otras que forman parte de esa convivencia se sienten invitados a participar de esas mismas dinámicas.

Cuando hacemos la guerra, invitamos a la guerra. Entonces la guerra sucede. Cuando somos amorosos, invitamos a la coexistencia. Entonces la coexistencia es posible. Como hemos objetivizado los bienes que buscamos para vivir en armonía y los hemos convertido en cosas, los vemos como algo fuera de la convivencia, algo que debe obtenerse como un producto de la acción, entonces nos disociamos de nuestro presente y no somos consciente sobre nuestra circunstancia y los fundamentos de nuestro hacer. (Siendo pacíficos se hace la paz, siendo igulalitarios se hace la igualdad: la igualdad y la paz no son el resultado de una acción, son la acción misma). Al olvidar los fundamentos de nuestro hacer, que son siempre emocionales, nos cegamos a lo que hacemos, y olvidamos que todo lo que hacemos hace sentido y es hecho para la convivencia humana. Entonces, convertidos los bienes en cosas a alcanzar, nos disociamos del presente, perdemos la mirada poética de la coexistencia y vivimos perdidos en la fantasía de una lucha por la subsistencia que requiere enfrentar el mal, también objetivizado, y que sólo entonces surgirá el bien. Pero no vemos que en la lucha surge el malestar, y en el aceptar surge el bienestar.

No nos damos cuenta que vivimos para convivir y convivimos para vivir. Hemos objetivizado los bienes que queremos obtener en la convivencia como si fueran cosas fuera de la convivencia, y entonces aparece el presente como un lugar de lucha que hay que atravesar para un futuro que se teme y que a la vez es promisorio. No vemos que es sólo en el presente donde realizamos nuestro vivir, y que nada de lo que hacemos hace sentido fuera de la convivencia. Entonces, ¿Cómo podría la lucha crear convivencia? ¿Qué pasa si nos deshacemos del deseo de luchar permanentemente y abrirnos un espacio para la reflexión preguntándonos qué queremos transformar de nuestra convivencia, y qué queremos conservar?

lunes, 19 de octubre de 2015

La pregunta insoportable.


Estábamos en mi habitación. El viento caía presuroso sobre la ventana. Miraba el techo; Denis estaba sentado mirando un libro de fotografías. Hablé de una escena de una película, que no recordaba bien, parecía un sueño. Me acomodé en la cama, le miré, le dije que me besara. Afuera las personas luchaban contra la atmósfera. Un niño lloraba mientras era arrastrado de la mano por su madre. Un hombre en un Mercedes Benz esperaba en el semáforo. Estaba muy bien vestido, parecía agotado. A una adolescente la ropa le dejaba ver el ombligo, se abrazaba a sí misma para contenerse del frío. Un ciego quería cruzar, se veía el miedo en su andar. Denis contó una historia de una amiga de él. Dijo que se había encontrado dos chicos en un boliche, bailaron sexualmente, ella comenzó a jugar con los dos, les acarició el pene cuando la apretaban. Tomó mucho, y se fue con ellos sin avisar. Fueron a un hotel, ellos estaban nerviosos y al mismo tiempo excitados. Aspiraron cocaína para hacer el juego más entretenido. Ella lamió el glande de los dos y luego la penetraron al mismo tiempo. Eyacularon en su boca y llenos de poder la golpearon. Ellos sintieron que era un juego donde no había nada prohibido para el placer. Volvió a su casa. Al otro día fue al trabajo. El fin de semana siguiente llamó a uno de ellos. Lo invitó a cenar a su casa. Él quería invitar más amigos. Le dijo que no. Cocinó para él; hicieron el amor. Sin masoquismo. Él le pidió disculpas por la noche anterior. Ella le dijo que no hacía falta. Se despidieron.

Las hojas que el viento arremolinaba en la calle estaban mezcladas con basura y tierra. El claroscuro de la tarde me hizo olvidar que teníamos que irnos pronto de ahí. Le pedí a Denis que me besara. Tomé un sorbo de té y empecé a hacer un dibujo en un cuaderno. En el dibujo aparecía un prisma atravesado por haces negros, la fuente de la que salían era la boca de un lobo, del otro lado había un hombre con una máscara. Eso me llevó alrededor de quince minutos. Denis miraba el libro. Denis explicó el dibujo. Dijo que el lobo era ese hombre que nos había atendido en la panadería, y el prisma transformaba su grito negro en su pasado: un hombre enmascarado. Miramos las noticias en internet. No las entiendo. Qué son las noticias le pregunté a Denis. Él dijo que son como el medio acuoso en el que se mueven los informantes y los informados. Como un océano. Hay tiburones que persiguen pequeños peces, otros inofensivos, y otros minúsculos, pero todos  se mueven en el agua. Las noticias son como el agua, nadas en ella, que según dijo es la acción y efecto y hacer nada. Maté un mosquito. Miré por la ventana. La noche ya se había cerrado. El ciego no estaba más en la esquina. La adolescente estaría ahora cenando con sus padres, deseando ir a su habitación. El hombre elegante del auto dónde estaría. El niño tendría un catarro que le haría necesitar más a su mamá. La amiga de Denis le habría dejado las llaves de su departamento a un chico otra vez. Denis estaba al lado mío. Me levanté y le pregunté, Denis: ¿Por qué me hago tantas preguntas?

jueves, 8 de octubre de 2015

¿Por qué nos ocurre lo que nos ocurre? ¿Por que tenía que ocurrir, o por que "se da"?

Lo que le ocurre a una persona como unidad discreta elemental, o a un grupo o sociedad como unidad discreta compleja, ¿ocurre de manera necesaria, o de manera contigente.? Es decir, ¿hay alguna forma de conociendo el pasado y el presente de un sistema humano establecer una predicción de lo que le ocurrirá en el futuro? Si los sistemas humanos están determinados entonces todo lo que les ocurre les ocurre de manera necesaria. Es decir, ¿Sólo ocurre lo que puede y debe ocurrir? ¿O lo que ocurre es uno de los posibles caminos, y el hecho de que haya ocurrido no está dado por la necesidad sino por la configuración que hizo la persona o el grupo de su experiencia en ese momento? Veamos.

Si partimos de que los sistemas humanos, personas o sociedades, están determinados por su estructura, lo que quiere decir que todo lo que les ocurre está determinado por sí mismos, y no por factores llamados externos o exteriores, y si partimos de que las estructuras de las personas y o sociedades están continuamente emergiendo de la nada o autoproduciéndose, es decir, que si bien se encuentran en una historia que podemos explicar como ocurriendo consecutivamente donde lo anterior determina a lo siguiente, los seres humanos se encuentran siempre en un presente emergente que no tiene origen en un pasado independiente de su momento de existencia.

Esto puede parecer complejo, pero qué estamos diciendo. Estamos diciendo que podemos elaborar una explicación acerca de cómo se ha dado el pasado de una persona y porqué, y podemos en función de las coherencias que observamos en ese pasado que estarían actualizadas, es decir, resultantes en su presente, hacer una predicción del futuro de ese sistema. Esa explicación acerca de qué será lo que le ocurrirá a la persona la hacemos en función de las regularidades y coherencias que encontramos en el operar de ese sistema humano. En el futuro sólo existe como dimensión explicativa. Pero como experiencia no existe. Por lo tanto cada vez que hacemos una afirmación acerca del futuro de un sistema humano lo que hacemos es un pronóstico. Que nuestro pronóstico se confirme no quiere decir que lo que ocurre en los sistemas humanos ocurra de manera necesaria, quiere decir que nuestras expectativas sobre lo que sentíamos que iba a ocurrir ocurrió, pero no habla acerca de cómo operan los sistemas.

Entonces, si uno puede conocer el estado de la estructura de una persona, su mundo de relaciones, su sentir y pensar, sus circunstancias, y las condiciones que hacen posible que esa persona se encuentre en ese presente, ¿Podríamos determinar lo que le ocurrirá? Yo pienso que no, porque el futuro como tal no existe, el futuro es una explicación que hacemos de la dinámica de cambios de estado de una persona en su vivir en un continuo presente cambiante. La única manera que podríamos predecir que algo ocurrirá sería que esa historia ya estuviera escrita, y que por eso fuera a suceder necesariamente. Es decir que el futuro exista como dimensión real independiente de los sistemas vivos, y para ello estos sistemas no tendrían que estar determinados por su estructura, es decir, lo que le es pasara no estará determinado por sí mismos si no por una realidad independiente trascendental, existente previa a su existencia, que establecería lo que le sucede a esos sistemas. Digamos que el modelo más claro de esto es la Caverna de Platón. Las ideas se encuentran en un mundo, al podríamos viajar por decirlo así, y llegaríamos y nos toparíamos con los Entes Reales Preexistentes, que determinan nuestra existencia a suceder.

Lo que yo digo es que los entes surgen con nosotros, con lo cual la historia de una persona es contingente a los cambios que se dan en sus relaciones, circunstancias y emociones, pero que no está escrita de antemano, ni viene de un pasado existente como Entidad Real, es decir independiente del presente en el que existe ese sistema. Con lo cual el pasado y el futuro no pueden ser conocidos en sí mismos, sino continuamente traídos a la mano de manera diferente de acuerdo a los cambios estructurales que vive ese ser humano o sistema social en su presente. De manera que el pasado no existe determinando nuestras acciones a suceder hacia un futuro, como una causa superior y anterior. La historia de una persona es siempre contingente al estado en que se encuentra en su presente, su presente se modifica y se modifica su historia. No podemos más que pronosticar de acuerdo a los que nos parece una tendencia en la vida de una persona, pero no podemos predecir, porque nada de lo que nos ocurre, nos ocurre necesariamente, sino que nos ocurre porque así lo hicimos posible en ese presente estructural en el cual estábamos viviendo.

Nuestras historias son algo que se van dando, no algo que se iba a dar.

martes, 6 de octubre de 2015

¿Por qué no podemos abandonar la sistemática producción de conflicto en la convivencia humana?

Si afirmamos que es imposible vivir un mundo sin conflicto, creamos las condiciones que hacen posible la existencia de ese mundo. Yo sostengo que la única manera de afirmar que es imposible terminar con la experiencia continua de sufrimiento y conflicto en las relaciones humanas es asumiendo que existe una naturaleza (de carácter objetivamente trascendental, es decir independiente de la acción de las personas) que está codificada de tal manera que ejecuta en su darse continuamente la presencia de conflicto y sufrimiento.

Sólo cuando damos cuenta que no es posible tener acceso a esa naturaleza, o mejor dicho, que las personas somos como nos comportamos, y que podemos ser tanto seres conflictivos como seres que conviven en armonía relacional es que podemos afirmar que tenemos la capacidad de crear un mundo libre del malestar continuo que aparece en nuestra cultura a diario. Es decir, en la medida en que somos capaces de ver, a través de una reflexión que lo hace posible, que la naturaleza humana es como se la vive, pero que no tiene un Ser predefinido, ni definido, sino que puede ser tanto de una manera como de otra, y que depende de lo que se quiere conservar en la convivencia lo que permanece y lo que se transforma, es que podemos dar cuenta que el conflicto y el sufrimiento son eliminables de nuestra existencia.

En última instancia, quien dice que el conflicto permanecerá en el mundo y es inevitable, así lo hace posible y presente. Y quien dice que el sufrimiento y el conflicto se pueden transformar hacia la vivencia de una armonía existencial, así también lo hace posible. Nadie por supuesto, está determinado a seguir una pauta de acción y pensamiento u otra, se está a veces en un cierto flujo emocional que hace posible una visión, y a veces se está en otro. Es lo que decidimos conservar y transformar lo que resultará de esa reflexión y de ese deseo.

No podemos abandonar la sistemática producción de conflicto porque nos encontramos atrapados continuamente en deseos contradictorios, producto de las tramas relacionales que vivimos donde se mezclan la invitación a coexistir y gozar del placer de la compañía con los demás y al mismo tiempo el continuo llamado a la obediencia y exigencias cruzadas en las cuales no queremos aceptar la legitimidad de la manera de vivir de los otros y otras.

jueves, 1 de octubre de 2015

¿Sirve de algo pensar? ¿Por qué no queremos pensar?

Vivimos un mundo centrado en la acción, y no en la reflexión. Consideramos que pensar es algo secundario, o problemático, o inconducente, o simplemente no sabemos para qué sirve y queremos vivir sin pensar. Desconocemos qué es el pensamiento. Para mí frases como: "Pensas mucho", "No vas a lograr nada pensando", "No quiero pensar", "Pensar no sirve de nada", revelan una actitud productivista, utilitarista e instrumentalista de la existencia. Todo tiene que servir para producir efectos, reales, determinados en la vida, y nada tiene que desviarse del camino.

El pensamiento es algo que nos ocurre. No elegimos pensar. Pensamos porque vivimos en relaciones humanas, relaciones que se dan en el comunicarnos, es decir, en el vivir en el lenguaje. Cuando estamos diciendo que no queremos pensar, estamos diciendo que no soportamos las contradicciones y tensiones que manifestamos como dolencias psíquicas. Esas dolencias son producto del malestar relacional en el que vivimos en la convivencia con otros y otras. El pensamiento es una de las dimensiones en las cuales se nos presenta la experiencia de vivir, y que traemos a la mano como un fenómeno que ocurriría en la cabeza y que está asociado a sentimientos. Pensar, vuelvo a decirlo, es algo que nos ocurre. Y nos ocurre de una manera no lineal, no lógica, no consecutiva, no ordenada. El pensamiento se transforma de una manera contingente a las circustancias y relaciones que establecemos a cada momento.

El transformarse de esas circunstancias y relaciones no es racional, no está determinado por un objeto, objetivo u objetividad, simplemente ocurre.  Se da de la manera que se da. Generalmente se nos revela como inesperado y caótico. Quien no quiere pensar, quien piensa que pensar no lleva a ningún lado, no quiere cambiar. Porque el pensamiento muda de temperatura y carga continuamente, incontroladamente. Quien no quiere pensar, quiere controlar todo. Quiere permanecer. Permanecer en un mundo rígido, completamente claro y definido, irrevocable, donde todas las cosas son lo que son de una vez y para siempre. Esa certidumbre sin duda haría dejar de pensar. Porque pensar es cambiar. Lo curioso, paradójico y contradictorio, es que quienes revelan en su experiencia que el mundo se ha detenido en una gran fotografía rígida son los psicóticos. Vivir un mundo de pensamiento final, donde ya no hay nada más que pensar, es vivir en una forma de locura. Es no vivir.

Además, no es posible trascender al lenguaje como queremos a veces. Porque el lenguaje no es una cárcel, es nuestra propia manera de ser humanos. No hay mundo humano fuera del lenguaje. Es decir, vivir o alcanzar un mundo más allá del pensamiento es simplemente un imposible, y algo innecesario si aprendemos a utilizar el pensamiento como una cuerda de violín. Cuando aprendemos a pensar, ¿Y cómo se hace eso? Escuchándonos. ¿Y cómo se hace eso? Queriendo escucharnos. Entonces el pensamiento dejar de ser ese mar turbulento que lastima y parece siempre pronto de desbordarse. Pensamos como vivimos, y vivimos como pensamos. Las incoherencias y contradicciones en nuestro pensar revelan incoherencias y contradicciones en nuestro vivir, es decir, en nuestras relaciones y emociones. Así mismo al reves.

Vivimos creyendo que pensar es fútil, porque estamos desosegados por la necesidad de producir, de hacer, hacer y hacer, de una manera ciega, sin mirar lo que hacemos, sin dar cuenta de ello, es decir, obedeciendo autómatamente las premisas de otros sobre lo que se considera que es hacer algo. Entonces hacer es trabajar y ganar plata, y trabajar es ser ingeniero, no artista o docente, y ganar plata es viajar por el mundo, y así vamos como hormiguitas del rebaño convencidos que hay que hacer eso y que pensar simplemente nos desvía del camino. Pensar es liberador, el pensamiento nos llama la atención de que algo en la praxis de nuestro vivir está resultando indeseable, y lo manifiesta a los gritos cuando no lo escuchamos.

Acción y reflexión van de la mano. Hacer lo que uno hace, y mirarlo, pensarlo, ver si nos gusta, si queremos las consecuencias que se dan de ello, y ver que hacer con eso. Y así sistemáticamente. Un mundo donde pensar es inútil, o está reservado para los técnicos, filósofos o "pensadores", como si algunos seres humanos pensaran y otros no, o como si su pensamiento fuera mejor que el de los demás, es un mundo de máquinas que se enchufan al programa de alguien que no es uno. Es decir, es no vivir la propia vida.