sábado, 27 de agosto de 2016

Insuflar alma.


De todas las cosas que padecen ser ubicadas en un alma humana: una de las más solitarias es el corcho, además de haber caído en la sórdida condición de ser rudo aunque pueda enamorar a unos dedos ansiosos. Una de las más elegantes es la tijera, no hace falta aclarar su esbeltez, que más bien deberíamos llamar aristocracia que sólo concede placeres a las manos diestras. Uno de los más pérfidos es el tacho de basura, fétido, mugroso y siempre con mala predisposición a realizar su trabajo. Uno de los más misteriosos es el corpiño, que ningún hombre puede ver arrojado sobre cualquier superficie sin imaginar su contenido con sed y asombro. Uno de los más iluminados es el vaso, cuya oquedad es su sentido de ser, así como el vacío es para el ser humano la fuente de la consciencia meditativa. Pero la más futurista de todas es el agua: sustancia sin sabor, color ni olor, que toma la forma de todo lo que toca, como una diosa que insufla alma a todos los seres, y que además, sin ella no se puede vivir. Una sustancia mágica, diseñada con propiedades inteligentísimas de la que estamos hechos y que nos hace vivir. Increíblemente esta invención existe, y se llama agua.

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