viernes, 26 de junio de 2015

¿Qué sucede cuando tenemos una diferencia?

¿Qué es una diferencia? ¿Una diferencia, es una opinión divergente sobre una misma realidad común en un mismo mundo? ¿Son dos ideas racionales que aspiran a la objetividad como corroboración de su veracidad, y que por eso deben ser contrastadas en debate? ¿Es una interpretación distinta de una misma realidad independiente a nuestra experiencia que debe ser corregida hasta llegar a un punto duro certero sobre las impurezas de cada opinión? ¿O muestra acerca de diferentes mundos, diferentes personas, con configuraciones relacionales, vitales, corporeas y existenciales distintas? Es decir, una diferencia como una revelación de experiencias distintas, de percepciones distintas configuradoras de mundos en relación, pero distintos. Si es así, ¿Cómo tratar las diferencias? En el primer camino, la diferencia es un buen motivo para la puja, la tensión y la imposición. En el segundo camino las diferencias constituyen sensualidades distintas que no se pueden corregir, a lo sumo se invita a mirar con uno, a reflexionar con uno sobre las condiciones, los criterios y las premisas que llevan a esa experiencia de uno que distinta de la del otro o la otra. La diferencia aparece como un espacio común que propone pensar y reflexionar sobre los caminos, las experiencias, los modos de hacer y sentir, y sobre cómo se han originado sus divergencias. Una diferencia puede ser una invitación a conocer un mundo distinto, tan válido como el propio, aunque tal vez no tan deseable, y donde uno deba hacerse cargo que el no aceptar la experiencia de otro es algo que hace desde el deseo, y no desde la razón. Es uno quien asume invalidar una experiencia, no considerarla legitima, porque tal vez pueda pensar que en esa diferencia hay un peligro para uno. Y con eso terminaríamos con la hipocresía de declarar falsas las visiones de otros, que ponemos en el lugar de interpretaciones erróneas.

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