jueves, 1 de octubre de 2015

¿Sirve de algo pensar? ¿Por qué no queremos pensar?

Vivimos un mundo centrado en la acción, y no en la reflexión. Consideramos que pensar es algo secundario, o problemático, o inconducente, o simplemente no sabemos para qué sirve y queremos vivir sin pensar. Desconocemos qué es el pensamiento. Para mí frases como: "Pensas mucho", "No vas a lograr nada pensando", "No quiero pensar", "Pensar no sirve de nada", revelan una actitud productivista, utilitarista e instrumentalista de la existencia. Todo tiene que servir para producir efectos, reales, determinados en la vida, y nada tiene que desviarse del camino.

El pensamiento es algo que nos ocurre. No elegimos pensar. Pensamos porque vivimos en relaciones humanas, relaciones que se dan en el comunicarnos, es decir, en el vivir en el lenguaje. Cuando estamos diciendo que no queremos pensar, estamos diciendo que no soportamos las contradicciones y tensiones que manifestamos como dolencias psíquicas. Esas dolencias son producto del malestar relacional en el que vivimos en la convivencia con otros y otras. El pensamiento es una de las dimensiones en las cuales se nos presenta la experiencia de vivir, y que traemos a la mano como un fenómeno que ocurriría en la cabeza y que está asociado a sentimientos. Pensar, vuelvo a decirlo, es algo que nos ocurre. Y nos ocurre de una manera no lineal, no lógica, no consecutiva, no ordenada. El pensamiento se transforma de una manera contingente a las circustancias y relaciones que establecemos a cada momento.

El transformarse de esas circunstancias y relaciones no es racional, no está determinado por un objeto, objetivo u objetividad, simplemente ocurre.  Se da de la manera que se da. Generalmente se nos revela como inesperado y caótico. Quien no quiere pensar, quien piensa que pensar no lleva a ningún lado, no quiere cambiar. Porque el pensamiento muda de temperatura y carga continuamente, incontroladamente. Quien no quiere pensar, quiere controlar todo. Quiere permanecer. Permanecer en un mundo rígido, completamente claro y definido, irrevocable, donde todas las cosas son lo que son de una vez y para siempre. Esa certidumbre sin duda haría dejar de pensar. Porque pensar es cambiar. Lo curioso, paradójico y contradictorio, es que quienes revelan en su experiencia que el mundo se ha detenido en una gran fotografía rígida son los psicóticos. Vivir un mundo de pensamiento final, donde ya no hay nada más que pensar, es vivir en una forma de locura. Es no vivir.

Además, no es posible trascender al lenguaje como queremos a veces. Porque el lenguaje no es una cárcel, es nuestra propia manera de ser humanos. No hay mundo humano fuera del lenguaje. Es decir, vivir o alcanzar un mundo más allá del pensamiento es simplemente un imposible, y algo innecesario si aprendemos a utilizar el pensamiento como una cuerda de violín. Cuando aprendemos a pensar, ¿Y cómo se hace eso? Escuchándonos. ¿Y cómo se hace eso? Queriendo escucharnos. Entonces el pensamiento dejar de ser ese mar turbulento que lastima y parece siempre pronto de desbordarse. Pensamos como vivimos, y vivimos como pensamos. Las incoherencias y contradicciones en nuestro pensar revelan incoherencias y contradicciones en nuestro vivir, es decir, en nuestras relaciones y emociones. Así mismo al reves.

Vivimos creyendo que pensar es fútil, porque estamos desosegados por la necesidad de producir, de hacer, hacer y hacer, de una manera ciega, sin mirar lo que hacemos, sin dar cuenta de ello, es decir, obedeciendo autómatamente las premisas de otros sobre lo que se considera que es hacer algo. Entonces hacer es trabajar y ganar plata, y trabajar es ser ingeniero, no artista o docente, y ganar plata es viajar por el mundo, y así vamos como hormiguitas del rebaño convencidos que hay que hacer eso y que pensar simplemente nos desvía del camino. Pensar es liberador, el pensamiento nos llama la atención de que algo en la praxis de nuestro vivir está resultando indeseable, y lo manifiesta a los gritos cuando no lo escuchamos.

Acción y reflexión van de la mano. Hacer lo que uno hace, y mirarlo, pensarlo, ver si nos gusta, si queremos las consecuencias que se dan de ello, y ver que hacer con eso. Y así sistemáticamente. Un mundo donde pensar es inútil, o está reservado para los técnicos, filósofos o "pensadores", como si algunos seres humanos pensaran y otros no, o como si su pensamiento fuera mejor que el de los demás, es un mundo de máquinas que se enchufan al programa de alguien que no es uno. Es decir, es no vivir la propia vida.

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