sábado, 24 de octubre de 2015

¿Convivir o Luchar?

Aunque no tendemos a verlo el acontecimiento central de la existencia humana es la convivencia. Todo lo que sucede y es significativo en el ámbito de lo humano sucede en la convivencia, y es allí donde tiene sentido. Sea esto una creación artística, un chiste, una política de estado, la organización de la economía nacional, la relación con las mascotas y la ecología. Todos los mundos acerca de los cuales hablamos son nuestros mundos, no una cosa fuera de nuestra condición estructural de ser biología y cultura a la vez.

Generalmente no vemos esto, y negamos nuestra responsabilidad en los mundos que vivimos a diciendo que lo que decimos o hacemos no depende de nosotros, sino de una razón objetiva o de una necesidad que es inevitable realizar. Todo lo que acontece en el mundo humano es una cuestión de deseos. Como vivimos atrapados en la contradicción de querer cosas opuestas sufrimos y generamos caos en nuestra convivencia, deteriorando las condiciones sistémicas de la existencia general entre todos.

Así por ejemplo, decimos que queremos un mundo igualitario, pero al mismo tiempo defendemos la lucha. Decimos que queremos un mundo libre, pero oprimimos a los que no comparten nuestras visiones políticas. Vivimos sistemáticamente en la negación de nuestros deseos y valores cuando los convertimos en bienes en sí mismos (es decir, como si no hubieran surgido de la realización de nuestro vivir), en bienes objetivos y trascendentales que tienen que ser alcanzados necesariamente para que el mundo haga sentido. No nos damos cuenta que es sólo a través de la reflexión que se puede ensanchar el entendimiento del vivir y la  convivencia invitando a otros y otras a experimentar la realización de esos deseos y valores éticos que permiten ese ensanchamiento. Transformamos el amor, la libertad, la justicia y la igualdad en exigencias, y con ello negamos lo que queremos afirmar. No se puede obligar a nadie a ser libre, la autonomía es algo que se alcanza en el compartir el vivir con otros y otras invitándolos a hacerse cargo de su vivir, y entregándoles la libertad de reflexionar sobre las circunstancias y los estados anímicos que la hacen posible. Pero vivimos sistemáticamente apropiándonos de la verdad y peticionando obediencia a los demás a lo que nosotros consideramos es la forma verdadera y única en la que el mundo debe darse.

Las ideologías, en las que vivimos inmersos son teorías que se basan en la apropiación de la verdad, y por lo tanto en la creación de un enemigo al cual se hace responsable del mal que se vive y que sólo eliminándolo podrá aparecer el bien que se desea. Lo que no se ve es que el bien que se busca alcanzar en la apropiación ideológica del bien termina siendo negado. Así el cristianismo por ejemplo, al elevar el amar a la condición de virtud o gracia lo niega. Las religiones niegan las visiones religiosas. Las ideologías políticas niegan las visiones políticas. Vivimos continuamente atrapados en la justificación de nuestros actos guiados por las ideologías y de esa manera pensamos que si uno no enfrenta el enemigo, este vendrá y lo eliminará a uno primero. Todos vivimos bajo la misma percepción, y así es como se abren las crisis bélicas en la sociedad. Las ideologías nacen del temer al otro, y por lo tanto son creadoras de enemigos. Lo que no vemos es que cuando expandimos los límites de nuestra convivencia y ensanchamos el entendimiento que hace posible su realización al mismo tiempo los otros y otras que forman parte de esa convivencia se sienten invitados a participar de esas mismas dinámicas.

Cuando hacemos la guerra, invitamos a la guerra. Entonces la guerra sucede. Cuando somos amorosos, invitamos a la coexistencia. Entonces la coexistencia es posible. Como hemos objetivizado los bienes que buscamos para vivir en armonía y los hemos convertido en cosas, los vemos como algo fuera de la convivencia, algo que debe obtenerse como un producto de la acción, entonces nos disociamos de nuestro presente y no somos consciente sobre nuestra circunstancia y los fundamentos de nuestro hacer. (Siendo pacíficos se hace la paz, siendo igulalitarios se hace la igualdad: la igualdad y la paz no son el resultado de una acción, son la acción misma). Al olvidar los fundamentos de nuestro hacer, que son siempre emocionales, nos cegamos a lo que hacemos, y olvidamos que todo lo que hacemos hace sentido y es hecho para la convivencia humana. Entonces, convertidos los bienes en cosas a alcanzar, nos disociamos del presente, perdemos la mirada poética de la coexistencia y vivimos perdidos en la fantasía de una lucha por la subsistencia que requiere enfrentar el mal, también objetivizado, y que sólo entonces surgirá el bien. Pero no vemos que en la lucha surge el malestar, y en el aceptar surge el bienestar.

No nos damos cuenta que vivimos para convivir y convivimos para vivir. Hemos objetivizado los bienes que queremos obtener en la convivencia como si fueran cosas fuera de la convivencia, y entonces aparece el presente como un lugar de lucha que hay que atravesar para un futuro que se teme y que a la vez es promisorio. No vemos que es sólo en el presente donde realizamos nuestro vivir, y que nada de lo que hacemos hace sentido fuera de la convivencia. Entonces, ¿Cómo podría la lucha crear convivencia? ¿Qué pasa si nos deshacemos del deseo de luchar permanentemente y abrirnos un espacio para la reflexión preguntándonos qué queremos transformar de nuestra convivencia, y qué queremos conservar?

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