sábado, 27 de diciembre de 2014

Vivir es avanzar en lo incierto.

Una persona es un proyecto, alguien que se juega en su presente, su pasado y su futuro. Una persona es alguien jugándose su vida en el tiempo; ¿Adónde voy? ¿Adónde llegaré? El presente es un continuo movimiento, que trae continuamente lo desconocido, que es inevitable, que sucede como sucede, y que no se puede predeterminar, que hay que vivirlo. El mundo es un lugar incierto, contradictorio. Las expectativas y los anhelos son la enajenación de una persona. La pregunta por el objetivo del vivir, es la pregunta que orienta todo sentido. Para qué vivo, qué estoy haciendo de mi vida, adónde voy siguiendo este sendero. Una respuesta muy difícil de asumir es que nunca vamos a ir a ningún lado fuera de nosotros. Somos el principio y el fin del vivir, estar con nosotros lo vamos a hacer en cualquier lugar y momento, y lo que resulte de esa existencia con uno mismo, de la emergencia del estar en el mundo, con el mundo de uno, es inevitablemente el lugar que llevamos a todas partes, el momento del cual no podemos salir, más que transformándolo. La vida de una persona sería el viaje de quien está siempre en todo lugar, y en todo momento, en el lugar de su mundo, en el momento de su mundo, coexistiendo, consigo mismo y con los demás. Sea adónde sea que vayamos, siempre estaremos nosotros, y cuando no estemos el viaje habrá terminado. Sin haber llegado a ningún lugar objetivamente necesario o ideal, más que el que resultó en el momento del final de nuestra historia, una historia que tiene sus deseos, sus circunstancias, sus condiciones, sus decisiones, sus posibilidades, y que por más que grandiosa o precaria que sea es una, es la de uno, y es irreductiblemente la que se vive, y no otra. Y para entenderla y conocerla, hay que ser uno.

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