lunes, 12 de marzo de 2012

¡Yo tengo razón siempre!

No podes amarte a vos mismo sin amar al otro. No podes amar al otro sin amarte a vos mismo. La experiencia del otro es tu experiencia, tu experiencia es la experiencia del otro. El que odia se odia, y el que se odia, odia. El que se culpa a sí mismo culpa al otro, y el que culpa al otro se culpa a sí mismo. La exigencia con uno mismo es la exigencia con los demás, la exigencia de los demás es la exigencia con uno. El lenguaje es un ida y vuelta, vuelta e ida, donde no hay comienzo ni fin. Donde las dos personas, el uno y el otro, son el mismo. Toda nuestra cultura y nuestra sociedad es un nosotros constante y continuo. El fundamento del conocimiento del mundo es el amor, porque el amor es el dominio de acción y de conocimiento en el que se conoce y se relaciona uno con el otro y con el medio, y por lo tanto con uno mismo. Otros dominios de conocimiento, basados en otras emociones llevan a relaciones conflictivas. 

¿Qué estamos haciendo cuando estamos diciendo algo a alguien? Todo lo dicho es dicho por alguien, desde su propia experiencia, siendo decir una experiencia propia, en la que lo que decimos tiene validez y sentido para nosotros, pero quizás no para el otro. En el intento de encontrar y tener certeza de lo que decimos sólo logramos convencernos de que son ciertas las cosas de las que estamos ya convencidos. La certeza es una ceguera y una sordera. Y su origen está en el miedo. El miedo engendra certeza, y la certeza vuelve sobre nosotros acusándonos, delatándonos, agrediéndonos. La certeza son nuestras propias percepciones vividas de manera estática y sólida. Son la negación de la fluidez natural del vivir, y existen por la falta de confianza.

Cuando estamos diciendo algo estamos creando un mundo, y estamos relacionándonos con el otro. Estamos compartiendo el mundo. Cuando hablamos desde la certeza nos castigamos, nos esclavizamos, a nosotros y a los otros, bien en la creencia de nuestra superioridad de la soberbia, o en la creencia de la inferioridad de la culpa y el temor. En ambos casos creamos tormentos de odio y rechazo. Y el rechazo nace justamente con la certeza, porque ni uno ni el otro pueden terminar de aceptar completamente las certezas que comprometen sus realidades, hasta dar por acabado el mundo y creado una sola certeza inmóvil, a partir de la que ya no se pueda perpetrar más vida y más conocimiento. La certeza es la última palabra, el fin del mundo, el acabado de la existencia. Y una relación hecha de certeza es una relación del sometimiento del ego de uno a otro, y en el fondo el rechazo de uno con uno mismo.

Si queremos aprender a relacionarnos, necesitamos aprender a confiar en nosotros mismos. Y a abandonar el rechazo, que es la escisión que creamos con nuestra mismidad, en la creencia de que podemos encontrar una certeza mayor a nuestras experiencias que la experiencia misma, algo que esté fuera, algo a lo cual aferrarse y que le de sentido a las cosas, a la vida, al otro. Necesitamos abandonar toda certeza científica, religiosa o filosófica. En el amar dejamos ser cada experiencia como es, en el miedo pretendemos que cada experiencia sea una certeza de cómo debe ser, o como decimos, de <cómo es en realidad>.

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