¿Qué estamos haciendo cuando estamos diciendo algo a alguien? Todo lo dicho es dicho por alguien, desde su propia experiencia, siendo decir una experiencia propia, en la que lo que decimos tiene validez y sentido para nosotros, pero quizás no para el otro. En el intento de encontrar y tener certeza de lo que decimos sólo logramos convencernos de que son ciertas las cosas de las que estamos ya convencidos. La certeza es una ceguera y una sordera. Y su origen está en el miedo. El miedo engendra certeza, y la certeza vuelve sobre nosotros acusándonos, delatándonos, agrediéndonos. La certeza son nuestras propias percepciones vividas de manera estática y sólida. Son la negación de la fluidez natural del vivir, y existen por la falta de confianza.
Cuando estamos diciendo algo estamos creando un mundo, y estamos relacionándonos con el otro. Estamos compartiendo el mundo. Cuando hablamos desde la certeza nos castigamos, nos esclavizamos, a nosotros y a los otros, bien en la creencia de nuestra superioridad de la soberbia, o en la creencia de la inferioridad de la culpa y el temor. En ambos casos creamos tormentos de odio y rechazo. Y el rechazo nace justamente con la certeza, porque ni uno ni el otro pueden terminar de aceptar completamente las certezas que comprometen sus realidades, hasta dar por acabado el mundo y creado una sola certeza inmóvil, a partir de la que ya no se pueda perpetrar más vida y más conocimiento. La certeza es la última palabra, el fin del mundo, el acabado de la existencia. Y una relación hecha de certeza es una relación del sometimiento del ego de uno a otro, y en el fondo el rechazo de uno con uno mismo.
Si queremos aprender a relacionarnos, necesitamos aprender a confiar en nosotros mismos. Y a abandonar el rechazo, que es la escisión que creamos con nuestra mismidad, en la creencia de que podemos encontrar una certeza mayor a nuestras experiencias que la experiencia misma, algo que esté fuera, algo a lo cual aferrarse y que le de sentido a las cosas, a la vida, al otro. Necesitamos abandonar toda certeza científica, religiosa o filosófica. En el amar dejamos ser cada experiencia como es, en el miedo pretendemos que cada experiencia sea una certeza de cómo debe ser, o como decimos, de <cómo es en realidad>.
Si queremos aprender a relacionarnos, necesitamos aprender a confiar en nosotros mismos. Y a abandonar el rechazo, que es la escisión que creamos con nuestra mismidad, en la creencia de que podemos encontrar una certeza mayor a nuestras experiencias que la experiencia misma, algo que esté fuera, algo a lo cual aferrarse y que le de sentido a las cosas, a la vida, al otro. Necesitamos abandonar toda certeza científica, religiosa o filosófica. En el amar dejamos ser cada experiencia como es, en el miedo pretendemos que cada experiencia sea una certeza de cómo debe ser, o como decimos, de <cómo es en realidad>.
No hay comentarios:
Publicar un comentario