lunes, 27 de febrero de 2012

Las percepciones y lo social siempre vuelven.



Nuestras percepciones nos vuelven. El conocimiento es circular. Lo que afirmamos sobre el mundo exterior lo afirmamos sobre nuestro mundo interior. No podemos más que conocernos a nosotros mismos. Y en el conocer al otro conocer el mundo que compartimos. Siempre que queremos abandonar nuestra propia perspectiva de nuestra observaciones recaemos en la irresponsabilidad, decimos que lo que decimos es verdad, o está bien, o es así, objetivo, no es nuestro, no se puede cambiar, tenemos la razón.

La vanidad, la frivolidad, la soberbia y el orgullo, son conductas que están divorciadas de la persona. La persona es ciega a los otros, en la vanidad, negadora de la intimidad y de la seriedad en la frivolidad, negadora del conocimiento del otro, o de la integridad del otro en el orgullo, creando en esos comportamientos los términos de su propia ceguera, y su propia negación. Cuando vivimos en ese conocer vivimos atormentados por nosotros mismos. Sin saber que somos los responsables de nuestra manera de conocer el mundo, intentamos excusarnos, hablando de nuestra historia, nuestra política...

La historia de la conservación de nuestra manera de conocer, científica, filosófica, política y religiosa se sostiene críticamente en la constante creación de conflicto y desazón por lo infructuoso y doloroso de sus consecuencias. El espacio donde se recrean todos esos conocimientos, la ética, resulta en una ética del desamor, marcada por el sometimiento y la negación del otro en la continua justificación de nuestra conductas orgullosas, soberbias...

Considero que una gran cantidad de problemas que desarrollamos tienen que ver con nuestra falta de madurez y consciencia comunicacional, las personas todavía no sabemos relacionarnos, y por eso llevamos adelante la guerra y el sufrimiento, el odio y la culpa acusada al otro. Siempre que nos mantenemos en la falta de seriedad somos adolescentes y creamos las condiciones para que nuestras percepciones nos vuelvan y nos gobiernen inconscientemente. Terminamos por tener miedo, al mundo. En el fondo, todos tememos a los otros, porque tememos de nosotros mismos, tememos ser amorosos, porque somos vulnerables de esa manera.

Y en nuestro intento de invulnerabilidad desarrollamos un escudo relacional, comunicacional, que nos atormenta. Terminamos prefiriendo nuestro dolor, identificándonos con la dificultad, enamorándonos del muro de la imposibilidad, prefiriendo la complejidad, porque no queremos asumir que en la vida no tenemos que ir a ningún lugar, no tenemos que ser nadie, no tenemos que hacer nada, que todo el fenómeno de ser sociales y recrearnos en un espacio ético-socia-político y de conocimiento científico-religioso, no es más que circular, por lo que no tiene objetivo, trascendencia, finalidad.

Somos lo que hacemos, hacemos lo que somos, en cada momento. No hay necesidad de logro, de competencia, de exigencias; formas del dolor y de la insatisfacción. Nuestras percepciones como lo social siempre vuelven, son circulares, si no podemos observar eso estamos atados a las consecuencias de la ignorancia e incomprensión de nuestro mundo humano.

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