martes, 14 de febrero de 2012

La política de la piel.




La piel tiene su política. Me tocas y te cago a trompadas. Algo en la sensualidad, en la superficie del contacto irradia y contiene lo más profundo de nuestro cuerpo, que de ser tocado en un momento de calentura puede resultar en la destrucción masiva del otro. El aire es libre, un vieja expresión de niños y adolescentes para molestar a otros sin poder ser molestados evidencia el poder de la cercanía y del tacto. La piel puede no ser tocada, porque como el aire es libre, le pertenece a todo el mundo, de manera que todos podemos viajar con nuestra piel por el aire sin tocar al otro. Pero al parecer nuestra cutis llega un poco más allá de ser la cobertura orgánica de la corporalidad, porque en ese aire libre estamos siendo perturbados. El aire es libre constituye la falacia fundamental de la política de la piel.

Todos podemos merecer una cachetada por mal comportamiento, o podemos ser rascados amorosamente por las personas que nos aman, sea una madre cariñosa acariciando a su hijo mientras miran televisión, o un amante ardoroso luego de una relación sexual explorando el cuerpo de la otra luego de la transformación energética del orgasmo. El tacto es el contacto, el tacto no puede estar sin tocar, nunca se apaga, como el oído. Y están las reglas de la convivencia, determinando lo que se puede hacer con la piel del otro, a cada instante, en cada encuentro. La piel tiene su propia política, como cuando nos sentimos tocados por las palabras del otro, o cuando sucede algo maravillosamente extraordinario como un gol en el minuto agónico del partido, que lleva a la fusión de todas las pieles de un estadio en un abrazo de amistad heroica.

¿Y la piel de Margaret Thatchet? ¿Y su política? ¿Y la historia de la política de Margaret Thatchet? ¿Y la historia política de la piel de Margaret Thatcher?.

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