jueves, 16 de febrero de 2012

Escuchar, la belleza de sentir.





¿Qué hacemos cuando estamos escuchando música? Escuchar no es una percepción pasiva y continua, no es uno un receptor. El otro día me preguntaba cuánto tiempo pasa uno escuchando el mar hasta que es interrumpido por una percepción de otra clase llamada pensamiento. Y es sorprendente, la música y el mar se parecen, como escuchar a otra persona contar una historia. A veces tiene que ver con la coherencia de lo que estamos escuchando, la continuidad de la atención que le prestemos. Como hoy, cuando escuchaba Beethoven. Cada vez que el pasaje se hacía más largo, más lo olvidaba. Cada vez que había un exabrupto en la música, más presente la tenía. No se trata de que todo fueran exabruptos para que pudiera escucharla siempre atentamente, porque esa sería otra monotonía.

La música es un río de éxtasis. Cada vez que la escuchamos, dejamos que nos llegue, y nos convertimos en presenciadores de su fluir, somos un agua que fluye en el sentido del éxtasis. Bailamos, y bailar no es algo que solamente se haga con el cuerpo. Es algo que se hace con la existencia. La danza y la poesía se unifican en la música. Es cuerpo y espíritu en una transformación continua. De todo eso nos damos cuenta cuando la percibimos, cuando estamos atentos.

La vida y la música se parecen mucho. La música es algo que sucede dentro de la vida, y la vida es algo que cobra una nueva y distinta dimensión con la música. Somos ese río, que comienza en el silencio y termina en el silencio. Que nace y que muere. Como nacen y mueren las conversaciones, la ola del mar, y la canción.

Nacimiento y muerte están en un solo proceso. Que no tiene nombre, que es la nada. No tiene nombre porque no existe en el lenguaje verbal, existe en el ser. O mejor dicho, en el siendo. Siendo dejamos de ser unos para pasar a ser otros. Cuando el mar ha llegado lo suficiente a nosotros muere, y escuchamos otra cosa, los niños jugando, y luego volvemos al mar. No podemos gobernar esa percepción, el oír tiene su propio sentido. Lo mismo sucede leyendo un libro, cuánto más queremos introyectar las palabras, medirlas por su rigor lógico, asimilarlas concentrándonos en ellas, más terminamos pensando en otra cosa.

Oír y leer se parecen, no puede uno determinar el sentido de las palabras. Son como un piedra arrojada a un lago, se hunde y se reproduce. Y una vez que la fuerza de sus vibraciones termine, pasará a otra expresión física el lago, mostrará otro rostro. Como conversando.

Estar escuchando música es estar vivo de una manera particular. En la dimensión de lo musical. Una manera de conocer llena de expresión y belleza. La música hace bailar a la imaginación, y a la piel.

Para escuchar atentamente no hay que hacer ningún esfuerzo, la dirección y el sentido de lo oído se muestran solos. No tenemos que tener voluntad para oír. Hay que abrirse, como una flor reacciona a la luz de la mañana. Ésa es la belleza.

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