domingo, 15 de abril de 2012

Microrrelatos 21.

El sexo opuesto era su perdición. Todo lo demostraba con ternura. Exhibía sus partes al público de tal manera que todos lo admiraban. Se desnudaba en los bares, en los colectivos y en las fiestas. Cada vez más su fama de gentil, grácil, exquisito y elegante proliferaba entre la gente. Hasta que un día, un día de frío y viento, usó un saco, y su piel se volvió tenue, frágil y poco primitiva. Entonces descubrió el fuego, y se fue a vivir a una comunidad en las afueras de la ciudad. Se le llamó Prometeo, y se consideraba que estaba loco. Con el tiempo, se descompuso y quiso metafóricamente hablando crearle el abrigo a cada piel, a cada cosa, la protección, la malla de conocimiento que cuidara de todo. Creó los seguros sociales y los seguros contra incendios. Pero no prosperaron en una sociedad feliz, ignorante y temeraria. Nunca se comprendió bien, si Prometeo, o toda la sociedad era la que estaba equivocada, o loca. Su invención del fuego era a la vez una genialidad y un insulto. Murió de vergüenza una noche de octubre, al lado de su señora y un perro que era el amante de su señora.

Dedicado a la extravagancia de Fernando Chiesa.

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