El sexo opuesto era su perdición. Todo lo demostraba con ternura. Exhibía sus partes al público de tal manera que todos lo admiraban. Se desnudaba en los bares, en los colectivos y en las fiestas. Cada vez más su fama de gentil, grácil, exquisito y elegante proliferaba entre la gente. Hasta que un día, un día de frío y viento, usó un saco, y su piel se volvió tenue, frágil y poco primitiva. Entonces descubrió el fuego, y se fue a vivir a una comunidad en las afueras de la ciudad. Se le llamó Prometeo, y se consideraba que estaba loco. Con el tiempo, se descompuso y quiso metafóricamente hablando crearle el abrigo a cada piel, a cada cosa, la protección, la malla de conocimiento que cuidara de todo. Creó los seguros sociales y los seguros contra incendios. Pero no prosperaron en una sociedad feliz, ignorante y temeraria. Nunca se comprendió bien, si Prometeo, o toda la sociedad era la que estaba equivocada, o loca. Su invención del fuego era a la vez una genialidad y un insulto. Murió de vergüenza una noche de octubre, al lado de su señora y un perro que era el amante de su señora.
Dedicado a la extravagancia de Fernando Chiesa.
Enredado y genial.
ResponderEliminar