jueves, 20 de agosto de 2015

Cuando pensaba como lo que se llama un liberal burgués medio, y lo que aprendí de Juani Torres en un bar.

Hubo una época, en un pasado reciente, tan reciente que si lo miro me caigo, en que pensaba como lo que se llamaría un liberal burgués medio. No os asustéis, es sólo un nombre para que pueda describir algunos comportamientos e ideas sin salida para los cuales empiezo a tener respuesta.

Desigualdad. Siempre pensaba, bueno, el mundo no puede ser igualitario, es un absurdo, ya sabemos lo que pasó con el socialismo real, una burocracia jerarquizada de la que se huyó corriendo en una corrida tan rápida y fuerte que atravesó un telón de acero. Nadie quiso volver. No hay señales de que nadie haya vuelta del otro lado. ¿Existe el socialismo después de la muerte? Entre otras cosas tenía ciertos pensamientos que sabía que eran un poco defensivos respecto de mis privilegios, y pensaba que cualquier persona con un poco de trabajo y oportunidad podría mejorar su situación. Es decir, en el capitalismo hay lugar para todos.

Cuando llegaba hasta mencionar capitalismo un censor de alarma de pensamiento disidente fóbico a toda forma posible de desacato al orden moral decía: ¡No me vengas con ese versito del capitalismo! Porque pensaba, como piensan muchos liberales burgueses medios, que todo lo horrendo, feo, no muy feo pero algo feo, más o menos difamatorio acerca del capitalismo era un simple invento de la izquierda paranoica. Que los empresarios no quieren acumular para sí y obtener beneficios que son a costa de otros, que Estados Unidos no es el gendarme del mundo, que todas esas son mentiras de adolescentes perturbados que en realidad no saben que están discutiendo con un fantasma de su superyo proveniente de sus padres externalizado bajo la forma simbólica y absurda de algo llamado capitalismo que en realidad es intangible.

Tenía, digamos, argumentos freno, argumentos que me restringían la operatoria reflexiva para cuestionar el orden en el que vivo. Pienso que la respuesta a porqué eso es más o menos así: Si asumía que hay algo erróneo en el mundo que vivimos, y que eso erróneo no se puede corregir bajo las formas de política económica en las que se mueve el mundo hoy, entonces abro una brecha de cuestionamiento de mi lugar en la sociedad, de mis privilegios, y a su vez se abre otro espacio en el cual me pregunto: ¿Voy yo a deshacerme de mis privilegios? ¿Qué voy a hacer con ellos? ¿Cómo hago para hacer un mundo más colaborativo y menos competitivo? ¿Cómo hago para ser más igualitario? Todo lo cual genera básicamente, angustia. Prefiero no cuestionar nada y seguir viviendo una vida más o menos estable. La vida cotidiana ya es suficientemente atribulada como para ponerme duro con estas cosas.

Pero no sólo eso me sucedió. Al decir, bueno, tal vez yo creo que la propiedad y la apropiación del mundo deberían ser social y no individualmente basada en el poder del más fuerte. Si también creo que la colaboración es más eficiente que la competencia, y más sana y más justa. Entonces, tengo que plantearme lo que se llamaría, insisto es sólo un nombre, una izquierda posible, un socialismo pensado por mí mismo, asumido por mí mismo. Mientras tanto en asambleas y manifestaciones veo un batido de histeria, paranoia y griterío esquizofrénico aullando contra toda forma de opresión y autoridad que parece imposible de hacer real. Y que además, esos mismos que llevan la voz tampoco parecen muy democráticos, algo que yo valoro. Y que me pregunto, ¿Cómo ser verdaderamente democrático?

Sábado a la noche en un bar. Me estaba por ir. Me encuentro con mi amigo Juan Antonio Torres. Él y su compañera bebiendo fernet. Yo abstemio por gastritis. Comienza una conversación acerca de política. Grito mis rudas ideas entre la música fuerte y la desesperación. Y él comienza un pequeño discurso en el cual me dio dos lecciones de política. 1. La revolución no es hoy, la revolución la haces y nunca la ves. Y 2. Las formas de hacer política pueden ser de izquierda o de derecha, pero en política hay una sola clase, la clase política. Él que que conoce el pragmatismo como las escalas de blues en la guitarra eléctrica, me estaba propinando la enseñanza más anarquista que escuché en mucho tiempo. Al otro día, erecciones, digo elecciones, voto a Del Caño. Llego a casa, a mi cómoda y customizada casa con música clásica y calefacción por radiadores, y pienso lo poco que me importó votarlo. Lo ignorante que soy acerca de cómo funcionan las elecciones, qué son los diputados del Parlasur, porqué se presenta un partido vecinal a presidente, y entonces digo, ¿No seré anarquista yo? ¿Qué mierda soy? ¿Qué estoy dispuesto a hacer porqué cosa? ¿Qué de qué? ¿Cómo?

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