viernes, 18 de septiembre de 2015

¿Somos tan buenos y puros como pensamos? ¿Es necesario serlo?


El eje nuclear de mis convicciones éticas se para sobre una idea muy clara: Soy impuro, valoro la impureza, defiendo la impureza, asumo la impureza. Quiero un mundo fuera la lógica amigo-enemigo, quiero un mundo donde se pueda convivir con otros y otras, donde las crisis en la convivencia se den en marcos de contención lo suficientemente fuertes para devolver a la convivencia su bienestar. No máquinas rellenadoras del cemento de la guerra, cotidiana o armada. Mi propósito es convivir, coexistir. Por eso, creo que lo opuesto a la convivencia es toda forma de pureza.

No puedo compartir la visión de un militante de izquierda cuando desde una asamblea se para contra el mundo enviciado del capitalismo salvaje con el dedo acusador de quien se pone en la causa de los buenos, santos y víctimas proletarias que lo único que hacen es perecer en las manos de un mounstruo impiadoso que todo lo que hace es mal oprimiendo a personas que todo lo que hacen es bien y bueno. Uno de los máximos representantes de esa forma de pureza simplista y reduccionista fue Eduardo Galeano. Nosotros somos los buenos oprimidos, ellos son los malos opresores.

No puedo compartir la visión de una feminista cuando se pone en el lugar de no ser responsable de su lugar como mujer, de ser víctima de un hombre que es el propietario de todo su cuerpo y destino. Cuando se declara contra toda forma de ser minita, de patriarcado o machismo, cuando se pinta de pureza y acusa a todo hombre que haga un comentario, tenga una opinión o un sesgo de seguridad masculina que muestra posesión, poder o control, o vanidad de ganador. Y no es sólo que reflexiono contra las formas más extremas del purismo sino contra las formas intermedias teñidas de tolerancia.

No puedo compartir la visión de un vegano, un ecologista, de un liberal, de un antikirchnerista, de un kirchnerista, de lo que sea, de un psiquiatra contra la locura, de un intelectual contra la incultura y la ignorancia, de quien sea que se pone en el lugar de propietario de la verdad, que se asume puro y se irresponsabiliza. Estoy en desacuerdo con la indignación como forma de asumirse prístino, verdadero, dueño de la certeza moral de cómo debe ser el mundo.

Yo me declaro las dos cosas, soy tan machista como feminista, tan opresor como oprimido. Y esto no es una posición ramplona que intenta conciliar bonachonamente posturas antagónicas. Mi propósito es asumirme las dos cosas, si quien está en la pureza quiere estar seguro que está en la certeza que lo haga, yo invito a quien se abre a la reflexión y a la responsabilidad de vivirse como le suceda vivirse, a veces sentirse indignado por la miseria que viven algunos muy cerca de tu casa donde gozas de toda seguridad, y al mismo tiempo temeroso de acercarse a esas caras de zombies con celular sonando al aire que pueden trocar cualquier mirada por una golpisa.

Es más, sostengo que no hay forma de hacerse responsable de uno mismo si uno se posiciona en algún momento o permanentemente en la pureza, porque aquello que asumimos como una verdad en sí mismo, aquello que sentimos que no nos toca porque su suciedad no tiene que ver con nosotros y tenemos el privilegio y la convicción moral de denunciar es en realidad alguna forma negada de nuestra identidad de la que no nos estamos haciendo cargo y que vuelve bajo la forma de la lucha a un enemigo exteriorizado. La pureza es una forma de suciedad de la que no nos hacemos cargo.

No considero menos humano a alguien porque haya matado, porque haya violado, porque se haya vuelto loco, y claro, tampoco porque se haya asumido puro. La sanidad, la inocencia, la limpieza, la belleza, la bondad, como formas de las que nos apropiamos para separar a otros son en realidad nuestra locura, nuestra culpabilidad, suciedad, fealdad y maldad no asumidas. No pienso que haya que eliminarlas del mundo, pienso que hay que asumirlas. Nadie puede ser bueno, ni nadie puede ser malo. Se está en el vivir bajo la forma de la bondad, y luego se está bajo la forma de la maldad. Quien intenta escindirse de ese continuo no-ser, y quiere Ser se pierde.

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