sábado, 28 de febrero de 2015

Cuento 46.

Trabajaba la noche entera. Asediado por el material, miraba secretamente hacia fuera de la ventana y pensaba en los ciegos planteos de la noche anterior. La luz caía amarilla sobre su rostro, mirándose en el espejo de la oficina. El edificio estaba vacío, sólo merodeaba el personal de limpieza. Se recostó en su silla, suspiró, miró el techo mientras giraba en sus dedos el lapiz. La ciudad afuera recalcitrante y noctámbula traía el estruendoso sonido del mar nocturno de la calzada. Pensó en recortar por los márgenes la imagen que se hacía allí debajo y hundirla en un pus acumulado de supuras. Decidió romper el silencio y llamar por teléfono. Le atendió ella. El gato no volvió a casa. Por qué. No sé, Gastón debe haberlo sacado ayer y no volvió. El resto de la conversación, llena de silencios y tensiones fue parte de la distancia insomne que les separaba. Cortó. La noche presurosa invadía con su calor fagocitante. Bajo por escalera. La intemperie inhóspita le abrió una brecha en el pecho. Comenzó a palpitar; le tuvo sin cuidado la sudoración y continuó caminando. Un hombre embriagado durmía postrado como un oso abandonado en el pórtico de un negocio. Las nubes arreciaban cada vez más tempestuosas, la lluvia estaba pronta a llegar. Caminando cansino y nervioso no pudo soportar la irritación y gritó nervioso, golpeó un poste de luz. La sangre repetía el pulso doloroso del golpe en sus manos y pies. Llegó a la avenida donde se erigía un monumento. Le habló cínicamente, le acarició la cara burlonamente, terminó por escupirle. Embebido en su cólera sus pasos se entorpecían al avanzar.

Llegó a su casa. La luz mostraba que ella cenaba sola. La llave reveló su llegada, inmediatamente se levantó de la silla y fue a recibirle. Lloroso preguntó por el gato. No volvió. Gastón dormía en su habitación. Vamos al auto. Suben y viajan durante media hora por la autopista en silencio. Llegan al puerto. Las luces del muelle iluminaban las pequeñas barcazas que eran mecidas por el agua pútrida. Apareció el cuidador, les preguntó qué hacían allí. Tuvieron una conversación sin disputas y respetuosamente el hombre se retiró. Ella encendió un cigarrillo. Al fondo el horizonte se escondía gravemente en la oscuridad del mundo. Tan cierto que todo pasa, tan cierto que no hay tiempo, tan cierto que te perdí. Ella le toma la mano, él gélido no responde al acto. Ella hace dos pasos hacia delante, mira hacia el fondo de la noche y dice: en esa dirección, está África. Corrió impulsivamente hacia su espalda y la empujó al mar. Los gritos se dejaron de oír cuando llegó al auto. Lloró enajenado el camino de regreso a casa.

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