lunes, 17 de diciembre de 2012

Somos el mundo que vivimos II.

Varias cosas, primero que todo lo que surge, todo lo que existe, existe adentro, estamos siempre dentro de la atmósfera que creamos, siempre estamos en el universo, siempre estamos en el mundo, siempre estamos en la sociedad, siempre estamos en la realidad, porque surgen con nosotros. Son nosotros.
De manera que el mundo no está allá, no viene y nos lleva por delante, no es algo que no tenga que ver con nosotros, sino que somos nosotros, existen gracias a nosotros.

Inclusive todo lo que disintiguimos como otredad, o afuera, son construcciones explicativas que surgen con nuestra capacidad de distinción. Es decir, que nosotros creamos las realidades que vivimos. No existen en sí mismas, somos ellas, que es distinto.


Ver esto, qué es lo que trae a nuestro vivir de distinto.

Una nueva configuración de la moral y de la ética. Una nueva configuración del sentido del vivir, del deseo, y del deber, de lo relacional.

Primero, el vivir relacional, no está reglado por normas morales o por mandatos sociales. Los mandatos sociales y las normas morales están regladas por nuestro vivir relacional. El de cada uno. De manera que fluyen y cambian con nuestro devenir personal y social, están sujetos a nuestra capacidad de reflexión, de manera que no hay una naturaleza humana en sí misma.

No hay una naturaleza humana en sí misma ética o no ética, buena o mala, optimista o pesimista. Es lo que nosotros construimos en nuestro vivir relacional lo que hace a nuestra naturaleza ser vista desde lo óptimo o lo pésimo.

El ser humano no tiene una naturaleza en sí misma, ni una naturaleza codificada de alguna manera o de otra, puede tanto vivir en el bien estar cultural, como vivir en el malestar cultural. Y eso no depende de una naturaleza en sí, sino de la libertad del ser humano.

Es decir, que todo lo que vemos como naturaleza humana no son más que abstracciones de las coherencias de acción que observamos en nuestro vivir cotidiano. Podemos legitimar esas abstracciones y tratar de definirlas como parte de una naturaleza en sí, o podemos reflexionar acerca de ellas y asumir si queremos conservarlas, o queremos cambiarlas.

De manera que no hay acciones morales válidas en sí mismas, ni otras inválidas en sí mismas. Ambas son posibles en el actuar humano, y no tienen que ver con un imperativo de acción trascendente y trascendental que se den o no se den, sino que dependen del dominio emocional en el cual se mueve la persona que actúa, de su sentir y su desear.

Y ésto también quiere decir, que lo que definimos como moralmente aceptable, depende de nuestro querer, de lo que vemos como deseable desde nuestro ser propio, histórico, social y cultural. De manera el fundamento de lo moral no es racional, ni hay una evidencia u obviedad universal de que deba existir, sino que su ser y su devenir está dado a partir de nuestro sentir y desear, y nuestro escucharnos y vernos en dominios consensuales de coinspiración social que establece las coherencias de nuestras acciones morales. Y que a su vez tal devenir determinado de esa manera es algo que de lo que podemos darnos cuenta como no darnos cuenta, y por lo tanto podemos actuar como existiendo, y podemos actuar como no existiendo.
Otra cosa que surge de todo esto, es que solemos llamar morales a las acciones que son éticas, e inmorales a las acciones que no son éticas. Es decir, las acciones en las cuales no hay respeto por el otro ni una visión amorosa del otro las solemos configurar como inmorales, y de lo contrario, las acciones en las cuales vemos que hay respeto por el otro y una visión amorosa del mismo las solemos llamar morales.

De manera que el hecho de que no exista una moralidad en si, obligatoria, obvia y evidente, racional asequible a cualquier persona, no quiere decir que la ética y la moral entren en caos. Sino todo lo contrario, quiere decir que se concede a cada persona la libertad y autonomía reflexiva de pensar, desear, actuar y sentir como quiera y de acuerdo a su ser, haciéndose cargo de las consecuencias de su obrar. Y a su vez al revelar al universo relacional humano de ésta manera, vemos que no existe una arbitrariedad relativista, sino coherencias y coordinaciones conductuales entre los seres humanos que los hace compatibles entre sí, es decir, que establecen relaciones con coherencias armónicas.

Que las personas pueden tanto hacerse cargo de las consecuencias de sus acciones, y de su visión del mundo creadora del mundo que habitan, o pueden separarse de ellas y de él, y no ver lo que surge de esa manera, operando como no existiendo unicidad epistemológica en el mundo que crean y habitan. Es decir, que el ser humano existe de tal manera como siendo capaz de habitar el mundo de las dos maneras contrapuestas aquí, y que ésta reflexión nace de la consecuencia de una de ellas. Siempre se ve y se oye el mundo de acuerdo al dominio de realidad en el cual uno existe. Aquel en el cual la realidad es trascendente y en sí misma, se lo puede llamar objetividad sin paréntesis, y aquel en el cual la realidad surge con el individuo y no es trascendente a éste se lo puede llamar objetividad entre paréntesis.

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