Publico esta carta que mi amigo Walter Velaz escribió cuando volvió de Cuba por varios motivos. Es una escritura abierta, sincerada, quien habla es la experiencia, que va liberando los trazos de las emociones sin una consecución analítica, es un ver, un sentir, un pensar y un declarar... Es un viaje de transformaciones. Es atrapante ver cómo se enredó en las fuentes de las incertezas con coraje. Asumió el peligro de hacer temblar sus convicciones. No confirmó lo que ya pensaba engañándose a sí mismo. Y luego de decirse la verdad, volvió al punto de partida con una frescura y una templanza nuevas.
Dice Walter Velaz:
Dice Walter Velaz:
Nunca
tuve el don de la palabra. Y es muy probable que este intento esté limitado por
mi capacidad de comunicar esto que es tan difícil de explicar.
Pero
este viaje más “fuerte” que el sol de Santiago me pide que haga un comentario.
Viajar es más que ir a ver
lugares de interés turístico, se trata de un cambio personal que a medida que
avanza se va haciendo cada vez más profundo y permanente…va uno y vuelve otro.
La isla es un lugar donde te
perdés y al mismo tiempo te encontrás…
Emprendí rumbo con la mochila
desde Argentina cargado de ilusiones, pensaba que iba a conocer la utopía, como
la pensó Tomás Moro. Y llegué a un país donde la mayoría de sus ciudadanos gana
manos de 0,50 centavos de dólar al día mientras que una botella de aceite
cuesta dos dólares.
En el centro del escenario el
protagonista principal es el hambre. Un hambre que no es sólo el puto dolor de
necesitar comida. Es en rigor la verdad primera, a partir de la cual se diluyen
los valores transformando a la trampa, la estafa y la usura en “industria
nacional”. Es la configuración del hambre que hace al cubano perder escrúpulos.
Y
ves el sufrimiento de quienes son explotados con la omnipresente mano del
Estado, que elimina libertades individuales. Pensé en aquello que alguna vez
leí de Pablo Giussani acerca de que toda revolución victoriosa enfrenta el
desafío de la soberbia…
Busqué
interminablemente argumentaciones que me permitieran entender: reforcé la tesis
centro-periferia, hice analogías con otros países, dije: “esto es una piedra
que sólo puede producir tabaco y azúcar”, interpelé la pobreza desde muchos lugares,
caí en la categoría de Bourdieu sobre el capital cultural…
Sentí
el bloqueo, y me dio rabia. Armé un discurso ideológico en el que defendí el
éxito del Proceso…
Discutí,
usé chicanas como si lo que estaba viviendo era una asamblea de comunistas y no
la vida misma…
Pero de
repente ese discurso encuentra una refutación inobjetable, se cae como las
lágrimas de ese “cubano de a pie” que te dice que el régimen prohíbe a los
niños la leche después de los siete años, y que él está en la calle a las tres
de la mañana porque no tiene una bosta para darle de comer a sus hijos.
Sucede esto: se te llena el culo
de preguntas y te angustias mucho. Vas abandonando todas tus certezas; porque
ya no estás seguro de nada…
Me
apropié del dolor y de las lágrimas “piantadas” en las charlas que tuve a lo
largo de los días. De noche intentaba dormir, y no podía, y eso que el trajín
del viaje pesa…
Viviendo
a lo cubano y buscando en tu cabeza todo el tiempo decir algo que lo explique…no
hay nada…
Me
levanté un día buscando respuestas y me metí a cuanta librería encontré abierta…
Y…no
hay nada. (El régimen además de represivo es muy astuto).
Seguí
en medio de charlas buscando lugares que no fueran turísticos. Enfrenté el
camino y me preparé para la noche. Ahí conocí la triste “cotidianidad” …
La
noche es tan cruenta como el día. El dolor no redime. Lastima mucho la violencia de la
prostitución. Tomás poco alcohol, porque la cabeza no te lo permite…
Y
seguís dialogando, estos cubanos son distintos… Abrís la cabeza, te sacas la
constricción mental, pateas la soberbia a un lado…abandonas la insistencia en
el conflicto y sólo querés escuchar. Porque en definitiva la derrota política
es inevitable. Ya sucedió.
Cuba
es un viaje donde te quedas sin agua, luz, ni elementos básicos de limpieza.
Dormí en lugares deplorables donde las cucarachas me daban el buen día. Cuando
me subí a algún medio de transporte lo hice como animal.
Cené
en los cordones de las veredas, hice filas de dos o tres horas, con 35° grados
de calor, para poder comprar una tarjeta que me permitiera acceder sólo cinco
minutos a la red. Así pude dar señales de vida. Porque allá y lo que tenías y
lo que tenés te acompaña…no ves la hora de tomar unos mates con tus seres
queridos.
Y
el viaje que pensabas que iba a ser la consolidación de tus convicciones, de tu
ideología, se transforma en espiritual…
Y
sin darme cuenta pasé por el humanismo de Guevara, porque Cuba me enseñó a
dejar de ser impulsivo, adquirí la paciencia como valor supremo, me metí la
arrogancia, la vanidad y la altanería en el orto, al mismo tiempo que eliminé
mis prejuicios...
Aprendí…cristalicé
otra forma de comunicarme, aprendí a empezar saludando siempre…
Cuando
estas por volver, y en La Habana ya tenés las orejas más grandes y la lengua
más reducida…el mundo imaginario está roto y emergen sentimientos sinceros.
Y
llegando al final ves que la esperanza para el cubano nunca termina…y te das
cuenta que por pensar lo que pensaste no te convertiste en un pequeño burgués,
y seguís creyendo que la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria es
posible. Pero ahora estás parado en otro lugar. Quizás más maduro, más crecido…
Compré
muchas menos cosas que en otros viajes, menos recuerdos, menos chucherías, sin embargo,
mi mochila volvió más cargada y pesada que nunca.
No
es que formateas el chip, lo cambias.
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